Postales

Si pronuncias mi nombre, desaparezco

Uno de los efectos más llamativos de este confinamiento es el silencio sobrecogedor en el que se han sumido nuestras ciudades, siempre llenas de ruido, de vida, de gente, de alboroto.

Estamos acostumbrados a un mundo ruidoso, donde el silencio es algo difícil de encontrar: tráfico, pitidos, motos, gritos, niños jugando, perros ladrando, música de algún coche o en nuestros auriculares, el camarero de un bar gritando la comanda, una sirena a lo lejos, la persiana de un comercio que abre, alguien riéndose o, quizá, llorando… Ruido, ruido y más ruido.

Y ahora, ¿qué tenemos ahora? SILENCIO. Silencio en las calles y las plazas, en las persianas de esos bares y comercios que permanecen cerrados, en los parques sin niños jugando, en las terrazas con las mesas y sillas apiladas… Pero es un silencio impuesto, raro, fantasma, intranquilo.

Yo soy muy de silencios. Me encantan. Cuando estoy sola. Y también, acompañada. Aunque no siempre se entiende. Mucha gente no está a gusto con él y tienden a llenarlo como sea. Mil veces me han preguntado que qué me pasaba por estar callada. Y la mayor parte de las veces la respuesta era nada.

Simplemente, me gusta disfrutar de ese silencio en compañía, esa bonita atmósfera que se crea cuando puedes estar con alguien sin hablar. A muchas personas las he conocido mejor en silencio que hablando.

Sin embargo, ahora, este silencio, que nos ha caído sin elección, no me gusta. Es como cuando te mandan callar, con ese sonido tan desagradable: shhhhh. No es que no haya ruido en nuestras ciudades, calles, plazas y bares, es que las hemos tenido que silenciar. Y curiosamente se ha convertido en un silencio ensordecedor, como cuando esperas una llamada, un mensaje o un perdón y no llegan.

Nunca me había parado tanto a pensar en algo que parece tan sencillo como la propia ausencia de sonido, de ruido. Y, como hago siempre que algo me ronda la cabeza, les pregunté a mis amigas qué pensaban sobre él: “Paz, tranquilidad, estar con uno mismo y en el ahora”. “Confianza”. “El silencio cómodo entre dos personas como algo especial”. “Atención”. “Comodidad o incomodidad”. “Calma si hay paz interior; angustia, necesidad de llenarlo, si no la hay”. “Respeto”.

Y, después de un rato hablando con ellas, me di cuenta que el silencio es de todo menos sencillo. Es algo súper contradictorio. Puede ser cómodo e incómodo dependiendo de con quien lo compartas. Puede llenarte de tranquilidad o, al contrario, de miedo. Puede hacerte sentir la vida o demostrarnos la falta de ella, como ahora en nuestras calles. Puede llegar, incluso, a decir mucho más que las palabras.

Como pasa en canciones como Silencio de Jorge Drexler o El pozo de Izal, donde esos momentos de silencio dicen mucho más, son una llamada de atención mucho más eficaz que la propia música.

Hay un libro, que leí hace bastante, que se titula “Donde termina el arco iris” y que me llamó la atención sobre todo por la forma en la que está escrito (toda la historia la conoces a través de emails, cartas, conversaciones en redes sociales de los diferentes personajes), que juega con esta idea del silencio. (No hace mucho fue llevado al cine, Love, Rosie o Los imprevistos del amor, en español, no entiendo esa manía de cambiar los títulos en las traducciones).

La historia no tiene mucho secreto: dos mejores amigos, Rosie y Alex, que por diferentes circunstancias de la vida nunca se han atrevido a dar el paso a estar juntos y, solo como amigos, cada uno ha ido avanzando en su vida: relaciones, familia…

Pues bien, en un momento dado en el que ambos protagonistas están contando a otros personajes que han estado juntos, hablan los dos sobre un silencio, un silencio extraño y diferente.

Por un lado, ella le cuenta a una amiga: “y se hizo ese silencio. Ese silencio extraño y cómodo a la vez. ¿Qué demonios fue eso? Fue como si el mundo dejara de dar vueltas en ese instante. Como si todos los que nos rodeaban hubiesen desaparecido…”

Y, él, por otro lado:

               PHIL: ¿Qué clase de silencio?

               ALEX: Un silencio extraño.

               PHIL: Ya, pero ¿qué quieres decir con «extraño»?

               ALEX: Insólito, fuera de lo común.

               PHIL: Ya, pero ¿fue bueno o malo?

               ALEX: Bueno.

Y va pasando la historia, y, recurrentemente, ambos, cada uno por su lado, siguen hablando de ese silencio, de cómo fue diferente a otros.

                JULIE: Pero si sólo era vuestra primera cita. Es imposible sacar conclusiones tras un único encuentro. ¿Qué querías, fuegos artificiales?

               ROSIE: No, en realidad más bien lo contrario. Quiero silencio, un momento perfecto de sosiego.

               JULIE: ¿Silencio?

               ROSIE: Es una larga historia.

Y, durante todo el libro, van apareciendo pequeños guiños a este silencio que parece que les marcó a ambos y que no han vuelto a sentir con nadie más.

Me gusta esa idea, la idea de que dos personas se sienten más conectadas por un momento de silencio que por algo que pudieran haberse dicho.

Otro silencio, que me ha venido a la cabeza, es esta escena de la película de La boda de mi mejor amigo. Para el que no la haya visto (lo cual es un error, sobre todo porque probablemente tenga una de las mejores escenas de este género, la del final, pero esto no viene al caso), la historia cuenta como Julianne, Julia Roberts, se da cuenta de que está enamorada de su mejor amigo, Michael, cuando él le dice que va a casarse, después de haberse pasado toda la vida rehuyendo de tener una relación con él. Por lo que, durante toda la película, va a intentar que esta boda nunca llegue a darse.  

“Si amas a alguien lo dices de inmediato, en voz alta, porque, de lo contrario, ese momento pasa de largo”. Y parece que sí, ese momento, ese gran silencio pasa de largo para ellos.

Me gusta pensar que hay silencios que nos marcarán más que algunas palabras. Momentos de silencio congelados en el tiempo a los que huir cuando estemos otra vez cansados de ese ruido lleno de vida que queremos que vuelva a nuestras calles. Mientras tanto, siempre nos quedarán los aplausos y canciones en los balcones.

M.

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