Postales

La gran fiesta del fin del mundo

Allá por el 2016, esta fanática de Izal se compró el libro que acababa de publicar su cantante y compositor, Mikel: Los seres que me llenan. Un conjunto de relatos muy difícil de encasillar, pero que de verdad no deja indiferente a nadie. No sé cómo definirlos, si raros, oscuros; incluso algunos dejan al lector sin saber muy bien qué es lo que acaba de leer.

Pues bien, estos días, no para de rondarme por la cabeza uno de estos relatos, uno cuyo título es La gran fiesta del fin del mundo. En él, se presenta un mundo futuro en el que los humanos han recibido la noticia de que en unos meses el mundo desaparecerá, se destruirá, acabará. Y a raíz de esto, uno de los personajes, un reconocido pianista excéntrico y derrochador, decide organizar, la última semana de la existencia de la Tierra, una gran fiesta a la que invitar a sus amigos y conocidos más cercanos para disfrutar de esos últimos días de vida con todo tipo de lujos: comida exquisita, sexo, drogas, música…

Paralelamente a este relato, mi canción favorita de Izal, El baile, trata (o por lo menos así la interpreto yo) de prácticamente lo mismo: ¿qué harías si quedaran 24 horas de existencia?

Cuando llega el fin de los finales y quedan 24 horas, Izal dice que los cuerdos gritan, lloran y niegan lo que está pasando, pero que a los locos nos verán bailando. Canta cómo se reúnen todos sus amigos en su casa disfrutando de esas canciones que siempre dijeron tanto. Y, ¿dónde quedan esas penas, esos miedos que tanto ocupaban nuestras vidas? Cuando ves que el tiempo se acaba, todo esto deja de importar, deja de preocuparnos, no importa lo que piensen los demás, no se esconden las pasiones, todo aquello que no nos atrevemos a reconocer nos atrevemos a gritarlo, ya no hay barreras, ni miedo a demostrar lo que se siente (y, quizá, lo que se ha dejado de sentir).

Y llega una de mis frases favoritas de Izal: no me imagino algo mejor a que sean tus labios aquellos que me digan adiós y que nos queden pequeños los cuerpos y gastar lo que nos queda de tiempo: bailando hasta que todo acabe. Porque ¿puede haber una mejor forma de acabar?

Esta frase también me recuerda al final de la película Quiéreme si te atreves. Es, sin duda, una de las imágenes más perturbadoras al mismo tiempo que ¿bonitas? que recuerdo de este tipo de películas. Ese final, ese beso congelado para siempre (y ya no hago más spoiler, quien haya visto la película me entenderá y quien no, ya tiene un título para ver durante la cuarentena).

Estos días estamos viviendo la que sería la situación más apocalíptica que hayamos podido conocer. Todos encerrados en casa, con miedo al contagio (sobre todo, a que los que se contagien sean las personas a quienes más queremos); con tristeza cada vez que leemos el número de muertes. Con preocupación y rabia por la situación que están teniendo que vivir nuestros sanitarios enfrentándose a esta guerra sin armas ni protección, los estamos mandando a luchar a pecho descubierto. Y también los policías, guardias civiles, transportistas, farmacéuticos, trabajadores de los supermercados y demás profesiones que no pueden permitirse el lujo de quedarse en casa.

Porque sí, porque podremos quejarnos todo lo que queramos, pero solo se nos está pidiendo que nos quedemos en casa y, con ello, sorprendentemente, poder ayudar a terminar con esto, así que sí, es un lujo los que podemos hacerlo.

Llegados a este punto de encierro en el que todos nos estamos volviendo un poco locos, estoy segura que no soy la única que ha sentido esa inquietud, esa sensación de apocalipsis. Claramente luego se nos olvida, pero a más de uno se os habrá pasado por la cabeza, aunque sea un poco de coña: ¿y si esto acaba así?

Y de ahí que haya pensado en este relato y en esta canción y que hayan cobrado un nuevo sentido para mí.

Estoy segura de que en ese momento se caerían los miedos a decir lo que pensamos, porque ¿qué se puede perder? Y hay tanto que se puede ganar. Dejarían de tener importancia tantas cosas y adquirirían tanta otras más sencillas. Y, entre todas, la más importante, el amor: el amor a tu familia, a tus amigos, a tu pareja, a tu perro,  a aquella persona a la que no te atreves a decírselo, el amor en cualquiera de sus formas.

Inevitablemente, me viene a la cabeza otra película, esta vez Love actually y su monólogo de inicio: «Siempre que me siento pesimista por cómo está el mundo pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow. La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo, no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos… Cuando los aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, que yo sepa, ninguna de las llamadas telefónicas de los que estaban a bordo fue de odio y venganza; todas fueron mensajes de amor. Si lo buscáis, tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»

Así que, si me dijeran que quedan 24 horas de existencia, ¿qué haría yo? Quiero creer que me uniría a ese grupo de locos, intentaría reunir a toda esa gente a la que quiero y que esa gente reuniera también a los suyos y quiero pensar que nuestra existencia llegaría a su fin entre abrazos, bailando hasta que todo acabara y esperaría que sus labios fueran aquellos que me dijeran adiós.

M.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *