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Odiar aquello que amábamos

Cuando era adolescente, la tía de una de mis mejores amigas siempre nos decía que aquellas cosas que al principio nos llamarían la atención en una persona sería aquello que acabaríamos odiando de ella. En ese momento no entendía lo que me quería decir, ¿cómo iba a odiar aquello que me iba a enamorar de alguien, sus cualidades más llamativas, lo que haría que me fijara en él?

Sin embargo, con el paso del tiempo y después de alguna que otra relación llegué a entenderlo. Quizá no de esa forma tan categórica, el amor y el odio son dos conceptos demasiado abstractos y complejos como para reducirlos a algo tan simple. Pero sí en su sentido más práctico.

Nota: Doy por hecho que sabéis que me estoy refiriendo a cualidades que no son malas en sí mismas. No me refiero a una persona que sea mentirosa, manipuladora… Si esa persona destaca por malas cualidades, entiendo que no será lo que nos guste de ella y haga que nos enamoremos y, de primeras, no deberían gustarnos, al contrario  deberíamos ser más exigentes con nosotros mismo y alejarnos. Y, si lo descubrimos más tarde, más de lo mismo.

En mi caso, en la última relación que tuve, una de las cosas que más simpatía y cariño me producían de él, en un primer momento, era su niño interior, sus ganas locas de descubrirlo todo y su tenacidad en todo lo que se proponía. De primeras son cualidades de las que nadie podría quejarse, pero, con el paso del tiempo, lo que yo había considerado como niño interior fue convirtiéndose en inmadurez; sus ganas de descubrirlo todo, en inconformismo; y, su tenacidad, más bien en cabezonería y capricho. Con esto no quiero decir que él fuera inmaduro, inconformista y cabezón o caprichoso. Quizá en su justa medida fuera un poquito de todo eso, pero, al fin y al cabo, todos lo somos un poco en realidad. Sino que a lo que me refiero es que esas cosas que destacaban tanto de él acabé odiándolas y, seguramente de forma injusta, exagerándolas o, por lo menos, no comprendiéndolas.


Dejé de admirar esa capacidad que tenía de hacerme sentir que todavía podía disfrutar como una niña. Dejé de reírme cuando se encabezonaba en hacer algo y hasta que no lo conseguía no paraba. Dejé de planear a su lado mil cosas que siempre supe que no se cumplirían. Dejamos de soñar en la misma dirección.

Es difícil encontrar el equilibrio y aceptar que aquello que hace único a una persona ni es tan bueno, que tengamos que idealizar en los primeros momentos cuando todo es color de rosa y nos estamos enamorando, ni es tan malo cuando surgen dificultades y por cualquier pequeño detalle explotamos.

Tengo la teoría de que, a veces, nos sentimos con la licencia de poder cambiar a alguien. Lo conocemos de una manera, nos hace gracia que sea así de alocado, despistado, hablador (no importa qué cualidad y no tiene por qué ser mala), pero en el fondo pensamos: con el tiempo se le pasará, cambiará, se centrará, ¿pero se le pasará el qué?

soñar en la misma direccion
Photo by Sebastián León Prado on Unsplash. La foto del encabezado es de Freepick.

Esa persona es así, no tenemos que moldearla a nuestro gusto. O si es algo que sabemos que no nos va a gustar en un futuro, ¿por qué nos gusta en ese momento? ¿Por qué nos llama tanto la atención?

 Quizá sea porque es diferente a nosotros y el problema sea que de lo que estemos cansados es de nosotros mismos.

M. 

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