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No hay tiempo para el dolor

La vida pasa deprisa, sin tiempo para nada. Levántate, vístete, dúchate, desayuna y corre que no llegas al trabajo. A comer y a seguir trabajando, tareas de casa, algún compromiso, Netflix y a dormir. Rutina. Día de la marmota. Y, así, puedes pasar años.

Pero, ¿qué pasa cuando se cambian tus planes y ocurre algo que te sacude, que te deja sin aliento, sin consuelo? Pasa que en el orden de las cosas no hay tiempo para recomponerte. No hay tiempo para el dolor. No lo hay para frenar y sentirlo y, así, poder seguir adelante. Porque la vida no es que pase, es que, a veces, te atropella.

El mundo sigue girando y tú solo quieres pararlo, bajarte de ese tren y tumbarte y sentir el dolor. Pero es que no hay tiempo, no puedes parar, porque la vida sigue y tú debes seguir con ella.  

Cuando la vida te quita a alguien que pensabas que sería eterno y lo hace de repente y para siempre, te chocas con la realidad. Te das cuenta que has estado viviendo con prisa, sin pararte a pensar en lo que tienes alrededor, sin, quizá, disfrutarlo lo suficiente. Los primeros días vas un poco a ciegas, a trompicones, movido por la marea y, sobre todo, acompañado.

Pero, ¿y después? ¿Qué pasa cuando pasan esos primeros días y te encuentras otra vez solo en tu rutina? Pasa que la sociedad en la que vivimos nos obliga a seguir, es una vida tan acelerada, sin tregua que no te permite descansar cuando lo que te duele es el alma. Lo que está claro es que no han sido suficiente ese par de días para sentir el dolor y asumir la ausencia. Pero se te obliga a continuar, y, entonces, actúas como un autómata. Hay que seguir con el día de la marmota.

Photo by Nathan Dumlao on Unsplash. Encabezado: Photo by Adrian Swancar on Unsplash

Pero, ¿y el dolor? ¿Qué hacemos con el dolor?

Deberíamos darnos tiempo para recomponernos y deberíamos permitir a los demás que tuvieran ese tiempo. Una especie de vacaciones. Deberíamos aprender a cuidarnos más, a querernos más.

No nos vendría mal vivir más lentos, más tranquilos, con menos prisas por todo, siempre pensando en el fin de semana, en el próximo puente, vacaciones, viaje, cena… sin darnos cuenta que la vida es el camino hasta esos planes, el día a día y, sin embargo, ¿cuántos días pasan sin darnos cuenta, sin nada que resaltar, sin nada que vayamos a recordar cuando pase una semana?

Deberíamos disfrutar de la gente que queremos y hacerlo cada día y no esperar a que sea demasiado tarde. Decir más veces te quiero a tus padres, a tu pareja, a tus amigos. Valorar a quien nos rodea, a las personas que comparten nuestros días. Y abrazar, siempre abrazar, no hay nada más sincero que un abrazo. Y perdonar y pedir perdón, no esperar a que ya no haya tiempo.

Siempre dejamos para mañana el vernos, el reencontrarnos con una amigo que hace mucho que no vemos o quedar con esa persona que hace poco que conoces pero que quizá pueda llegar a ser especial. Ya coincidiremos, decimos. Dejamos todo al destino, ¿pero realmente existe? No estaría de más dar un empujoncito a ese destino y empezar a dirigir nuestra propia vida.

M.

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